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miércoles, 28 de abril de 2010

MATIAS Y EL VIENTO


Por: ANDREA BERGMANN.

Era Domingo de Febrero, de verano tormentoso; lluvia y frío en la mañana y un fuerte y persistente viento después. Mi tía, mi amigo y su pequeño hijo, llegaron a la tardecita, sorteando calles encharcadas, ramas y otros despojos que la tormenta dejó a su paso. En casa estábamos mi madre, una amiga y yo, en el caso de ellas un tanto ansiosas y curiosas por la presencia del pequeño, que padece autismo. Le dije a mi amiga que seguramente con ella el niño no iba a tener buen acercamiento, puesto que es una persona muy activa, resuelta, extrovertida y por momentos muy vehemente en sus expresiones, cosa que a Matías no le gusta para nada.
Llegaron, saludaron y mientras yo me esmeraba en la preparación de la cena, Mati y su papá salieron a caminar por el balneario; mi madre y mi tía conversaron entre ancestros, recuerdos, España y Uruguay y mi amiga, movediza, entre todos los diálogos.
El viento no cesaba y era por momentos tan fuerte que arrancaba el fuego de la parrilla y me lo tiraba encima con un amenazador chisporroteo... pero el viento es mi amigo y supo moverse sin permitir que el fuego me dañara. Oíamos caer ramas, piñas, frutos de todos los árboles del entorno, pero nos quedamos afuera rodeando la parrilla, en mi caso no tenía opción, y los demás acompañaban. Matías estaba muy inquieto, en realidad es inquieto, es puro movimiento, correr, saltar, andar en bicicleta, nada era suficiente, siempre más movimiento.

Llegó la hora de sentarse a la mesa, adentro, y mi tía y madre temían por el comportamiento del chico, minutos antes le pedí que esperara (lo más quieto posible) a que yo terminara mi labor culinaria para convidarlo con una galletita de chocolate. Esperó mínimos minutos y empezó a reclamar la galletita, se la di.
La cena transcurrió sin mayor descontrol salvo un par de arranques de ira, no se por que causa (tal vez la presencia impaciente de mi tía), que el padre controló sin problemas.
Terminó de cenar y quiso salir afuera, donde el viento seguía su violento paso no dude en dejar la conversación familiar para salir con él.
Se fue casi hasta la calle sobre la entrada del auto y empezó a girar sobre sus pies, giraba una y otra vez con movimientos medidos, exactos, de pies, manos y cabeza. Giró una y cien veces, me senté en el piso, a cielo abierto bajo los árboles que se sacudían como locos, a mirarlo.
Luego empezó a rodar por el césped sobre su cuerpo hacia un lado y hacia otro, sin parar. Empecé a reir con él, realmente me hacía reir y de tanto en tanto le pedía que parara y me diera un abrazo, lo hacía, a cambio de que yo me quedara allí sentada viéndolo.
Después le pedí que se quedara quieto recostado entre mis piernas, en el suelo, durante la cuenta de veinte, que él mismo hacía, se paraba raudo y sonriente y seguía rodando por el césped. Pasó un buen rato hasta que salió mi amiga y se sentó a mi lado, Matías se acercó, le tendió la mano y le dijo "Adiós, adentro", señalando la puerta de casa... Se lo había advertido: con ella no iba a congeniar...

Entramos por un instante a sociabilizar con el resto de los presentes y comenté que estábamos jugando a "estar un minuto quietos", a lo que al unísono padre y tía respondieron: Ja! Un minuto es demasiado pedir! Eso será imposible...
Adentro no pude retenerlo más, me miró, salió desafiante, lo seguí también desafiante y entonces me dijo: "Sentate conmigo ahí" y volvió a rodar.

Una de las tantas veces que lo invité a abrazarme y quedarse quieto hasta la cuenta de veinte, simplemente no contó ni uno y se quedó conmigo. Recostado entre mis piernas extendidas en el suelo, la cabeza apoyada en la base de mi abdomen, mi mano derecha en su costado y mi mano izquierda flotando muy levemente sobre el chakra cardíaco, masajeándo casi sin tocarlo su alborotada energía. Lo apreté suavemente con las piernas y empecé emular con mi voz los silbidos del viento a modo de canción de cuna, balanceándome suavemente contra el ritmo que imponía el dios Eolo. Pasamos algunos minutos en ese estadio.
Y de pronto, con un movimiento rápido posó su mano sobre la mía y la retuvo apoyada firmemente sobre su pecho, allí se quedó quieto, viendo los sacudones del viento en los árboles, entre mis extremidades y después de la canción, mi silencio. Permanecimos en esa posición cerca de 45 minutos... 45 veces más del imposible que adentro me decretaron.
En determinado momento su papá salió a vernos y le pedí que no nos molestara, entró diciendo que Matías y yo estábamos vivendo un romance que no podía interrumpir... Así era...

Cuando se incorporó, volvió a girar sobre sus pies y yo me senté en la hamaca de jardín un poco más al abrigo del tenaz viento, quiso persuadirme de volver al piso, pero me negué explicándole que sentía friío, y lo aceptó sin berrinche alguno.
Continuó girando y girando a unos metros de distancia hasta que, queriendo atraerlo a mi, cambié mi imagen poniéndome la capucha de mi abrigo en la cabeza. Fue instantáneo: dejó de girar, fijó sus ojos en mi y se acercó velozmente. Lo esperé precavida pensando que como cualquier niño intentaría sacarme la capucha de un tirón o por el contrario ajustarla más sobre mi cabeza...
No es como cualquier niño... Con la mayor delicadeza que jamás haya sentido, retiró la tela hacia atrás y acomodó los pliegues de forma tal que nada ocultara parte de mi rostro o cabello, sin dejar de mirarme a los ojos...
Juro que volví a ponérmela una y otra vez tan solo por sentir el roce sutil, tierno, tibio, angelical, de sus manos cerca de mi piel, puesto que cada vez él abandonaba sus giros para acercarse a liberarme de la capucha que secuestraba mi cabeza.

"Ángeles en la Tierra" Sí, una acertada definición.
Desconozco el toque de un ángel y más aún su presencia, jamás he visto uno... solamente la caricia dulce de este niño, en ese domingo ventoso por demás, en el que todos los árboles jugaron con nosotros sin lastimarnos, pues mientras estuvimos allí sentados no nos cayó ni una hoja encima, solamente esa caricia me ha hecho sentir la sublime esencia de un ser de luz.
Pura, infantil y profundamente sabia LUZ.

Un ángel sobre la tierra, que descansó en mi durante más tiempo del que ni siquiera su padre podía imaginar...

4 comentarios:

  1. es una reflexión preciosa, yo tengo una hija con autismo y también tengo la certeza de que son ángeles que por alguna extraña razón tenemos la suerte de conocer y querer. Nos enseñan día a día lo relativo de las cosas y cuando conseguimos conectar con ellos podemos sabemos cual es la felicidad plena.

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  2. que preciosura y ternura abarca el corazón de una madre este relato me hizo brincar mi corazón, latiendo y acurrucandome al igual sobre tus piernas al lado de ese ángel, sintiendo su calor irradiar mi alma poco a poco lograré espiritualmente que yome también mi mano con su otra manito y nos encontremos nuestras manos sobre su pecho transmitiendole tu ese amor incondicional y yo todas mis energias, te felicito y a él sobre todo por haber tenido la fortuna de que fueres su madre, besitos

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  3. publique tu nota en mi muro para ayudarte a que visiten tu blog de repente entre varias notificaciones alguién nos oiga y venmgan y den una ojeadita. besitos sigue adelante y cuando necesites una mano amiga un hombro para descanzar, extiende sólo tu mano ahí estaré. bendiciones para tí y tu preciosura

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  4. Mil gracias por tu colaboración tatika, eres muy amable, Dios te bendiga por tu aporte,,, La difusión es muy importante... Un gran abrazo

    DIANA CASTRO

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